La adolescencia y la juventud de Julio E. Payró, de cuyo nacimiento se cumplirá un siglo el próximo jueves, coincidieron con uno de los períodos más creativos de la cultura occidental. Revolucionarios movimientos de vanguardia se propusieron conmover los fundamentos seculares de la pintura y la escultura. Payró vivió en Barcelona y luego en Bruselas, y regresó a la Argentina en 1927, luego de veinte años fértiles pero también terribles. Allí estudió, se inició como pintor y adquirió consumado conocimiento de las artes plásticas, en las que llegó a destacarse como un maestro.
Hijo de Roberto J. Payró, uno de los escritores argentinos más importantes, narrador, dramaturgo y sobresaliente redactor de La Nación , tuvo a su lado ricas experiencias de cultura y fortalecedores ejemplos de laboriosidad y entereza. Fue una herencia que Julio Payró guardaba con orgullo. Le tocó pasar con su familia los años de la Primera Guerra Mundial y sufrir los atropellos y las penurias de la invasión alemana en la ocupada Bruselas.
De regreso en Buenos Aires, el rechazo de uno de sus cuadros en el Salón Nacional lo resolvió a dedicarse al estudio y a la enseñanza. Resultado de esa actividad intelectual fueron sus libros -alrededor de treinta-, copiosos artículos (muchos de ellos publicados en Sur ) y una intensa labor docente en institutos de arte y en la Universidad de Buenos Aires, en cuya Facultad de Filosofía y Letras logró fundar la carrera de Historia de las Artes. Su magisterio, en el libro y la cátedra, en el país y en el extranjero, le ganó muchas y principales distinciones.
Su erudición en materia de arte se fortificó gracias a su propia experiencia de pintor y de perspicaz contemplador. Los museos europeos fueron en tal sentido ámbitos irremplazables que ilustraron fundamentalmente sus cuantiosas lecturas. Pero no fue un especialista para especialistas, sino un humanista del arte, un intelectual preocupado por estimular el amor de las cosas bellas y por llegar al hombre culto para abrirle nuevos caminos en su apreciación artística. Su vocación docente lo impulsaba a ello con la mayor eficacia.
Payró fue un excelente escritor. Tenía la preocupación del adjetivo preciso y armonioso, y consiguió forjar un estilo artístico acorde con la índole de sus temas. Su libro Héroes del color , sobre Cézanne, Gauguin, Van Gogh y Seurat, atrae tanto por sus análisis como por la vivacidad con que se refiere a las obras y a la personalidad de esos "héroes del color", señalando un vínculo aleccionador entre vida y obra. Los pintores mencionados fueron para Payró reformadores del impresionismo, precursores de la pintura del siglo XX y "señalaron el camino de un arte decididamente no-naturalista".
Pero además de ser un erudito conocedor del arte de esta centuria, en la que reservó un lugar destacado a los argentinos y latinoamericanos, fue un pensador que se empeñó en indagar "el estilo del siglo XX". Tal es el título de un libro póstumo, aparecido en 1980, resultado de sus meditaciones encaminadas a hallar los rasgos distintivos del arte contemporáneo. Se aplicó a descubrir el estilo de un determinado artista y, asimismo, el estilo de una época, que el artista refleja o interpreta.
No existía para él "una sola forma correcta e invariable de esculpir y de pintar". Las "representaciones pictóricas, según las épocas y las civilizaciones, han sido minuciosamente imitativas y realistas, o bien esquemáticas, o geométricas, o deformadas, o abstractas o puramente simbólicas". "Todos los grandes pintores del siglo XX, en todas partes del mundo, realizan obra subjetiva, desdeñan en mayor o menor grado la verosimilitud de las apariencias, construyen con trazos o formas vigorosamente afirmados, excluyen del lienzo todo lo superfluo y lo accesorio, ciñéndose a lo esencial, y utilizan el color -no adulterado por mezclas que lo desvirtúan o ensucian- como fuerza de choque psíquico; para crear un estado de ánimo, un clima emotivo".
Payró distinguió en el arte fuerzas optimistas y fuerzas pesimistas y observó que las tendencias pictóricas optimistas se aproximan a la síntesis de lo racional-fantástico. En cambio, "las escuelas pesimistas rechazan los imperativos mentales y se abandonan a los estimulantes de la pasión o la sensualidad". Los libros de Payró, los dedicados a un autor y los abarcadores, como Historia gráfica del arte universal , perfecta síntesis del arte occidental, pueden aprovecharse como obras de consulta y gustarse como serias y placenteras semblanzas de artistas, en las que el autor sabe subrayar el esfuerzo de la voluntad humana para vencer obstáculos, y la apasionada busca de una belleza inédita. Esta actitud formaba parte de la entrañable herencia espiritual de su padre, Roberto J. Payró, cuyo más valioso tesoro fueron la ética y la confianza en esas fuerzas optimistas en las que el hijo vio uno de los motores del arte. .
Por Jorge Cruz
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