miércoles, 14 de agosto de 2013

Raúl González Tuñón



























1974 

Muere en Buenos Aires el poeta Raúl González Tuñón, autor de "Miércoles de ceniza", "El violín del diablo", "La calle del agujero en la media", "La rosa blindada" y "Poemas de Juancito Caminador", entre otras obras. Integró la redacción del diario popular "Crítica". Nació en Buenos Aires el 29 de mayo de 1905. 

Raúl González Tuñón nació en Buenos Aires, en 1905, y murió en la misma ciudad, en 1974. Poeta, periodista, viajero. A partir de 1922 comienza a publicar sus primeros versos en revistas de la época: "Inicial", "Proa", "Martín Fierro".

Compartió con el grupo de Florida, los experimentos formales, y con el de Boedo, la preocupación social, que fue acentuándose con el tiempo. Entre sus libros se cuentan: El violín del diablo (1926), el inicial; Miércoles de ceniza (1928), en los que se animan tipos y parajes suburbanos; La calle del agujero en la media (1930), revelación poética de París; El otro lado de la Estrella; Todos bailan, poemas de Juancito Caminador (ambos en 1934); La rosa blindada (1936), poesía política, al que siguen otros del mismo carácter; Primer canto argentino (1945); Todos los hombres del mundo son hermanos (1954); A la sombra de los barrios amados (1957); Demanda contra el olvido (1963).

La luna con gatillo 

Es preciso que nos entendamos. 
Yo hablo de algo seguro y de algo posible. 
Seguro es que todos coman 
y vivan dignamente 
y es posible saber algún día 
muchas cosas que hoy ignoramos. 
Entonces, es necesario que esto cambie. 

El carpintero ha hecho esta mesa 
verdaderamente perfecta 
donde se inclina la niña dorada 
y el celeste padre rezonga. 
Un ebanista, un albañil, 
un herrero, un zapatero, 
también saben lo suyo. 

El minero baja a la mina, 
al fondo de la estrella muerta. 
El campesino siembra y siega 
la estrella ya resucitada. 
Todo sería maravilloso 
si cada cual viviera dignamente. 

Un poema no es una mesa, 
ni un pan, 
ni un muro, 
ni una silla, 
ni una bota. 

Con una mesa, 
con un pan, 
con un muro, 
con una silla, 
con una bota, 
no se puede cambiar el mundo. 

Con una carabina, 
con un libro, 
eso es posible. 

¿Comprendéis por qué 
el poeta y el soldado 
pueden ser una misma cosa? 

He marchado detrás de los obreros lúcidos 
y no me arrepiento. 
Ellos saben lo que quieren 
y yo quiero lo que ellos quieren: 
la libertad, bien entendida. 

El poeta es siempre poeta 
pero es bueno que al fin comprenda 
de una manera alegre y terrible 
cuánto mejor sería para todos 
que esto cambiara. 

Yo los seguí 
y ellos me siguieron. 
¡Ahí está la cosa! 

Cuando haya que lanzar la pólvora 
el hombre lanzará la pólvora. 
Cuando haya que lanzar el libro 
el hombre lanzará el libro. 
De la unión de la pólvora y el libro 
puede brotar la rosa más pura. 

Digo al pequeño cura 
y al ateo de rebotica 
y al ensayista, 
al neutral, 
al solemne 
y al frívolo, 
al notario y a la corista, 
al buen enterrador, 
al silencioso vecino del tercero, 
a mi amiga que toca el acordeón: 
-Mirad la mosca aplastada 
bajo la campana de vidrio. 

No quiero ser la mosca aplastada. 
Tampoco tengo nada que ver con el mono. 
No quiero ser abeja. 
No quiero ser únicamente cigarra. 
Tampoco tengo nada que ver con el mono. 
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre 
y no quiero ser, jamás, 
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio. 

Ni colmena, ni hormiguero, 
no comparéis a los hombres 
nada más que con los hombres. 

Dadle al hombre todo lo que necesite. 
Las pesas para pesar, 
las medidas para medir, 
el pan ganado altivamente, 
la flor del aire, 
el dolor auténtico, 
la alegría sin una mancha. 

Tengo derecho al vino, 
al aceite, al Museo, 
a la Enciclopedia Británica, 
a un lugar en el ómnibus, 
a un parque abandonado, 
a un muelle, 
a una azucena, 
a salir, 
a quedarme, 
a bailar sobre la piel 
del Último Hombre Antiguo, 
con mi esqueleto nuevo, 
cubierto con piel nueva 
de hombre flamante. 

No puedo cruzarme de brazos 
e interrogar ahora al vacío. 
Me rodean la indignidad 
y el desprecio; 
me amenazan la cárcel y el hambre. 
¡No me dejaré sobornar! 

No. No se puede ser libre enteramente 
ni estrictamente digno ahora 
cuando el chacal está a la puerta 
esperando 
que nuestra carne caiga, podrida. 

Subiré al cielo, 
le pondré gatillo a la luna 
y desde arriba fusilaré al mundo, 
suavemente, 
para que esto cambie de una vez.

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