lunes, 2 de septiembre de 2013

Juan L. Ortiz







































(Juan Laurentino Ortiz; Puerto Ruiz, 1896 - Paraná, 1978) Poeta argentino, conocido como Juanele. Se le considera una de las figuras fundamentales de su país, en el mismo plano singular y secreto en el que se ubica la influencia de Macedonio Fernández u O. Girondo.

Vivió su infancia en el medio rural de la Mesopotamia argentina y residió de joven en Buenos Aires, donde se vinculó a los ambientes políticos e intelectuales del anarquismo. Vuelto a su provincia natal de Entre Ríos, trabajó como empleado público y llevó una vida retirada que no le impidió ejercer una notable influencia estilística sobre las jóvenes generaciones.

Se inició bajo la influencia de la poesía intimista posterior al modernismo para después evolucionar hacia acentos más personales, entre los que destaca un sentimiento cósmico del paisaje y un humanitarismo solidario. Apartado de los círculos literarios, su obra tuvo escasa difusión y se publicó de manera dispersa en varios poemarios (El agua y la noche, El alba sube, El ángel inclinado, La rama hacia el Este, El álamo y el viento, El aire conmovido, La mano infinita y La brisa profunda) que en 1971 se reunieron en tres volúmenes bajo el título En el aura del sauce.


En 1969 compartió con R. González Tuñón el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía. Completan su obra El Gualeguay y La orilla que se abisma (ambos de 1971). En 1996 la Universidad Nacional del Litoral editó su Obra completa, a la que agregó poemas, ensayos y artículos inéditos. Su poesía fue influida por la estética de S. Mallarmé en el sentido espacial del verso.

ELLA

Ella anuda hilos entre los hombres
y lleva de aquí para allá la mariposa profunda
ala del paisaje y del alma de un país, con su polen...

Ella hace sensible el clima de los días, con su color y su perfume...
a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.
Testimonio involuntario, ella,
de un cierto estado de espíritu, de un cierto estado de las cosas,
en que la circunstancia da su hálito...

Pero se dirige siempre a un testigo invisible,
jugando naturalmente con la tierra y el ángel,
el infinito a su lado y el presente en el confín...

Más es el don absoluto, y la ternura,
ella que es también el término supremo y la última esencia
con las melodías de los sentidos y los símbolos y las visiones
y los latidos
para el encuentro en los abismos... Mas tiene cargo de almas,
y es la comunicación,
el traspasado ser, "como se da una flor", en el nivel de los niños,
más allá de sí misma, en el olvido puro de ella misma...

Y no busca nunca, no, ella...
espera, espera, toda desnuda, con la lámpara en la mano,
en el centro mismo de la noche

JUAN LAURENTINO ORTIZ



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