El 4 de julio, se conmemora un nuevo aniversario del nacimiento de quien fuera un médico y un ser humano ejemplar, nunca demasiado valorado por su incansable labor, siempre lejos de los brillos de la fama.
Esteban Laureano Maradona había nacido en la localidad de Esperanza, en la provincia de Santa Fe, en 1895. Su padre, Waldino Maradona, era maestro, periodista, productor rural y político, y su madre, Petrona Encarnación Villalba, estanciera. Él fue médico rural, naturista, y conocido filántropo por su modestia y abnegación. Cursó sus estudios primarios y secundarios repartiéndose entre su provincia natal y Buenos Aires, ciudad donde, en 1928, se recibió de médico e instaló su primer consultorio que luego trasladó a Resistencia (Chaco); allí se dedicó, además, al periodismo, en el diario LA VOZ, y a realizar exploraciones y estudios de botánica en la isla Cerrito Argentino. .Entre los años 1931 y 1932 dictó un ciclo de conferencias, en el marco de la Ley de Trabajo, que le ocasionaron serios problemas con el gobierno militar, razón por la cuál decidió viajar al Paraguay.
Declarada la guerra del Chaco (1932-1935) entre Paraguay y Bolivia, Maradona decidió anotarse como médico camillero para prestar auxilio a los soldados de ambos bandos. Al llegar a Asunción las autoridades lo encarcelaron por sospechar que era espía; sin embargo, con el tiempo y la toma de confianza, llegó a ser Jefe del Hospital Naval de esa ciudad.
En Asunción, conoció a Aurora Ebaly, sobrina del presidente, con quien se comprometió, pero la relación tuvo un final triste pues la joven murió de fiebre tifoidea en 1934. Un año después, habiendo terminado la guerra, el médico decidió volver a su país.
Tenía proyectado ir hasta Formosa, de allí en tren a Salta y luego a Tucumán para visitar a su hermano y, por último, llegar a Buenos Aires, donde vivía su madre, e instalar un nuevo consultorio. Pero un episodio ocurrido durante el trayecto, no sólo hizo fracasar el itinerario diseñado sino que también cambió su destino: estando en territorio formoseño, el tren realizó una parada en la estación Estanislao del Campo donde un lugareño le pidió sus auxilios para una parturienta en grave estado. Después de prestarle exitosamente atención y regresar a tomar el tren, se encontró con un grupo de vecinos sin recursos que le rogaron que no se fuera dado que no había ningún médico en varios kilómetros a la redonda. Maradona no lo dudó y se quedó, a sabiendas de que perdía el viaje y, con ello, su trabajo seguro en Buenos Aires.
Este evento que para cualquiera hubiera significado sólo un alto en el camino y que, relatado de este modo, parece un cuento, signó la vida de este hombre que se quedó en el lugar, donde trabajó durante cincuenta y un años, viviendo en una humilde casa de ladrillos, sin electricidad ni servicios de ningún tipo y prestando ayuda, sin cobrar un peso, a la comunidad indígena del lugar constituida por tobas, matacos, mocovíes y pilagás. Al principio no fue fácil puesto que la comunidad, que había sufrido el maltrato y el engaño de los blancos, sentía una especie de recelo por la persona del médico así como desconfianza por su medicina. Sin embargo, con el tiempo logró hacer amistad con los caciques del lugar y ganarse el respeto de todos, interiorizándose por sus necesidades y logrando controlar en la zona enfermedades como la lepra, el mal de Chagas, la tuberculosis, el cólera y la sífilis. Sus acciones le valieron, por parte de la comunidad indígena, el mote de Plognak que en pilagá significa “Dr. Dios”.
Se dedicó además a investigar científicamente la vida y la cultura de los pueblos originarios, así como la fauna y flora de la región. Logró que el gobierno le adjudicara algunas tierras fiscales en las cuales fundó la colonia aborigen Juan Bautista Alberdi; les enseñó trabajos agrícolas y, también, a construir casas con ladrillos confeccionados por ellos mismos. Despreció toda forma de poder que sus esfuerzos podrían haberle redituado. Dejó testimonio de todos sus contratiempos y sus luchas en un libro cuyo título, A través de la selva, adelanta la aridez de la vida de Maradona y su gente.
También fundó una escuela rural en la cual se desempeñó como docente durante tres años y que, a su pedido, recibió el nombre de uno de sus tatarabuelos, José Ignacio Maradona. En 1986, por causa de una enfermedad, fue trasladado a Rosario a donde llegó en un estado calamitoso que requirió internación inmediata en un hospital. Una vez dado de alta, se quedó a vivir en nuestra ciudad con la familia de su sobrino, donde permaneció hasta su muerte.
Escribió alrededor de veinte libros entre los que se cuentan Recuerdos campesinos, Dendrología, El problema de la lepra y Una planta providencial (el yacón), entre otros. En sus últimos años recibiría muchos homenajes y distinciones y no aceptaría ningún tipo de pensión vitalicia.
Murió el 14 de enero de 1995, a los 99 años, en Rosario pero sus restos se guardan en Santa Fe, en el panteón de la familia Maradona-Villalba. En su homenaje, el 4 de julio se conmemora el Día Nacional del Médico Rural.
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