sábado, 2 de noviembre de 2013

Enrique Molina (Buenos Aires, 1910 - id, 1996).


























Poeta argentino, una de las figuras más destacadas de la Generación del 40, que tuvo una actitud de extremo vitalismo y de celebración de la sensualidad y la materia. Estudió derecho en la Universidad de La Plata, pero nunca llegaría a ejercer como abogado. En su lugar, pasó por los más variopintos oficios, desde marinero a bibliotecario.

Su producción poética evolucionó desde un tardío surrealismo (recuperó junto con A. Pellegrini la revista literaria argentina Que, que se llamó en su segunda etapa A Partir de Cero) hasta el modelo telúrico y cósmico de Pablo Neruda. También se pueden hallar similitudes con el poeta francés de origen lituano Lubisz Milosz. Sus temas constantes son el erotismo cósmico, la recuperación de la religiosidad primitiva, el hombre planetario y el espectáculo del mundo como una gran trama visionaria y metafórica.

Desde la publicación de su primer libro, Las cosas y el delirio (1941), que señala la aparición de la llamada generación del cuarenta, su obra es en efecto un recorrido por el surrealismo en el que, tras inspirarse en Éluard, Supervielle o Neruda (Pasiones terrestres, 1946), ahonda en los temas de América (Costumbres errantes o la redondez de la tierra, 1951) y en el tratamiento de lo cotidiano (Amantes antípodas, 1961; Fuego libre, 1962). Se ocupo de la guerra del Vietnam en Monzón Napalm (1968). En 1966 realizó una antología de su obra en Hotel Pájaro, y en 1978 se conoció una edición de sus obras hasta entonces completas.

En su producción figura una novela de amplio vuelo lírico, Una nube donde sueña Camila O´Gorman (1974), en la cual evoca, con gran libertad imaginativa, un episodio sangriento del gobierno del dictador Juan Manuel de Rosas. La novela recibió el Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires y fue llevada al cine. Entre sus títulos posteriores cabe mencionar Los últimos soles (1980), El ala de la gaviota (1989), Hacia una isla incierta (1992) y El adiós (póstuma, 1997).

Adiós

Un día más, sólo un minuto más, para estar vivo
y despedirme de cuanto amé.
Para decir adiós a las cosas que vi y toqué mientras moría
desde el instante mismo en que nací.
Y vino el niño con el premio que sacó en el colegio por su
sabiduría,
y el ala de la gaviota golpeando en lo infinito con su vuelo,
vino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa
mujer que estuvo a mi lado, en el lecho, sin que yo lo supiera,
y el río con su lenta corriente musculosa
a través de cada mueble, cada objeto y cada gesto
de quien me ve parir, ¡oh Dios mío!

Un instante más aún en el suelo que pisé,
en el aire de mi respiración
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasión,
con cuanto -mosca o sol- me deslumbró en este extraño
planeta, donde perdure año tras año, presintiendo
este límite de espumas, este revuelto torbellino
de la despedida, yo, que tanto fui deslumbrado
por centelleante atracción de la tierra,
por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo
es mi destino.

Así, pues, despidiéndome de los caballos, de la canoa,
los pájaros, el gato y sus costumbres. Déjame
una vez más mirar las flores y la lluvia. Es éste
el trágico instante en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas,
el instante supremo de decir adiós.
a cuanto se adoró en esta vida.


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